terça-feira, 5 de maio de 2009

BRASIL O EL UNIVERSO SUMERGIDO DE JOSÉ INÁCIO VIEIRA DE MELO

Carlos Andrés Almeyda Gómez

Fotógrafo: Ricardo Prado

Bien podría decirse del poeta brasileño José Inácio Vieira de Melo (Dois Riachos, Alagoas, Olho d’Água do Pai Mané, 1968) que, en él, la fuerza de una nueva poesía no sólo se junta -en reflexiva y elevada alquimia- con el decir ‘pial’ o primitivo de buena parte de las letras anteriores, hermanadas más con la idiosincrasia del mito que con las rupturas habituales de las generaciones que le siguen, sino que además logra conciliar varios discursos en un tono mediático, existencial. Y es que, la verdad sea dicha, desde fenómenos como la antropofagia y los cantares pastoriles que suplantaron en el Brasil aquellos ataques modernistas que padecía el resto de nuestro continente, la poética imperante subrayó una suerte de primitivismo en el que lo lírico sometía algunas nociones subjetivas al terreno de la ruralidad, de ahí que en Vieira de Melo -cercano en todo caso a una poesía de raíces populares, ejemplo de ello es su primer libro Códigos do Silêncio, y posteriormente decantada tras la adopción de nuevos y poliformes guiños- el poema conlleve a un diálogo tangible entre lo geográfico, lo ancestral y una voz foránea a la retórica de esos acontecimientos que marcaron a poetas alagoanos como Jorge de Lima.
En este, su tercero libro, A Terceira Romaria, se hace claro el porqué de su título, dado que hay una multitud en compleja conversación, hay una turba de voces que revelan, como lo afirmara el poeta Lêdo Ivo, un “lirismo cortante como el filo de una navaja, una poesía que, antes árida, esconde y guarda una lluvia secreta”. De una voz en mutación, de la suma de vicisitudes y el personal universo en expansión que le lleva a terrenos metafísicos puede citarse Ciço Cerqueiro, uno de los poemas más representativos en A terceira Romaria y del cual Hidelberto Barbosa Filho nos informa con acierto en su prólogo: “la precisa transmutación de ese yo-poético asimila la singularidad de una mirada e idiosincrasia particular, por medio de una empata perceptiva, bien cercana a poetas en fase de maduración”.
Esa “simbología cultural” es el guiño más visitado en la poesía de Vieira de Melo. Salta a la vista, además, su clara disposición al juego interdisciplinario, digamos que esa norma de transito que hace de un poeta joven, una especie de pequeño santuario de afectos. La alusión a sus autores, la estructura profunda que delata lo suyo y que a la vez crea lazos con esos amores ‘foráneos’: El sesgo, o más bien la influencia, de aquellos autores que asoman en el intertexto. Federico García Lorca por ejemplo, de quien Vieira de Melo ha sacado no sólo el título de su poema Bodas de sangre: “¿Qué belleza es esta que tanto me incomoda? (…) ¿O qué anuncian tus inquisidores y translucidos ojos?”. Luego, la cuestión se resuelve, hay formas y lenguajes en un dialogo, una puesta en escena desde el trópico -el verde Brasil- con un frío aire de requiebro gitano, teatro de sincretismos: “Todo en ti es doble, señora del amor brujo. / En tus manos se multiplican los gestos y las bendiciones / y con tus manos dices más que cien mil bocas juntas…”.
Con Paraíso perdido, como Milton, el texto poético toma fuerza, sin tener que romper la simplicidad para demostrar que alude a una compleja maquina, la alquimia del verso es su fuerza para expresarse desde un universo tan pequeño, sin nada que le delate como artificial o esquivo:

Quizá no te acuerdes de la flor
ni mucho menos del rocío,
pero si miras hacia dentro
descubrirás el jardín y la fuente.

De los poemas del libro, Construcción, es uno de esos raros o apológicos textos que hablan del Vieira de Melo anterior al autor que aflora de otros poemas en el libro, es decir, es algo más experimental en cuanto a su decir, como un ars poetica del joven que permanece tras el laboratorio de imágenes de A terceira Romaria.
El sentido onírico que parece ocultarse en algunos trechos del libro demuestra hasta que punto Vieira de Melo ha sabido reunir en un solo espécimen poético tal cantidad de imágenes y recuerdos que no sólo la vivencia es la que se aflora, si no que hay un sin número de convidados que dicen lo suyo, otra vez esa ‘romaria’, las pasiones vitales en ebullición y una pluralidad sometida al bien de un universo particular.
Finalmente, véase como la diversificación en significantes y temáticas hace que Vieira de Melo pueda salir airoso al acartonamiento del ‘arte pastoril’ del cual abrevaron sus poemas inaugurales, viene a revitalizar, tras una búsqueda más intuitiva y a la vez más universal, un discurso diletante y reconciliador, ese micromundo que ayuda a la poesía local o continental a salvarse de las taras que otras generaciones la han impuesto. El universo de José Inácio Vieira de Melo es precisamente eso, la mutación de una voz en conflicto con la estética que la cohabita, un asunto de magia literaria.


Carlos Andrés Almeyda Gómez es colombiano. Éditor de la Revista Artificios y director del periódico de libros Lecturas Críticas.

Texto publicado na revista Agulha, em Fortaleza e São Paulo, em janeiro/fevereiro de 2007

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